El impacto de la DANA ha dejado daños irreparables en el paisaje y en la memoria de las zonas más afectadas por la catástrofe. Mientras toda la sociedad trabaja para reparar los daños, surgen oportunidades para la reflexión colectiva. ¿Estamos preparados para afrontar eventos extremos de este calibre, cada vez más frecuentes? Los expertos consultados insisten en que aprender de la tragedia para planificar la capacidad de respuesta y leer las lecciones que nos deja puede marcar la diferencia en un futuro incierto.
La DANA ha evidenciado la necesidad de replantear el modo ‘salvaje’ de edificación en España, que no tiene en cuenta la seguridad de las personas
En el litoral mediterráneo es ,donde, según los expertos, se ha priorizado el desarrollo urbano ‘salvaje’ en detrimento de la seguridad de las personas. Un ejemplo es la rambla del Poyo, que discurre por el área metropolitana de Valencia y culmina en la Albufera. Ha llegado a transportar hasta mil metros cúbicos de agua por segundo, lo que ha provocado importantes inundaciones. A lo largo del barranco se han construido polígonos industriales, zonas residenciales, infraestructuras e incluso el aeropuerto de Valencia. La combinación de densidad poblacional e industrial y el riesgo de crecidas súbitas genera un escenario de gran vulnerabilidad.
Ante la dificultad social y económica de reubicar estas construcciones, los especialistas proponen una alternativa: invertir en instalaciones y sistemas de prevención de inundaciones. En la ciudad de Valencia, el Turia ha funcionado como muro de contención. Tras la riada de 1957, que provocó 81 muertes, se desvió su cauce y se preparó para soportar 4.000 metros cúbicos de agua por segundo. «Aquí no pasó nada porque teníamos una infraestructura que nos protegía, pero al lado no había y ha sido el desastre«, explica Federico Bonet, exdecano del Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos de la Comunidad Valenciana.
«Se ha edificado mucho y mal», critica Fernando Valladares, investigador del CSIC. Aunque reconoce que revertirlo es complejo, insiste en la necesidad de regular la construcción en zonas de alto riesgo para proteger a la población. Recientemente, la Comunidad Valenciana ha rebajado la recomendación estatal de construir al menos a 500 metros hasta línea de costa a solo 200. En Sevilla, el alcalde ha renunciado a convertir en urbanizables ciertas zonas de riesgo de inundaciones futuras tras la catástrofe en Valencia.
La adaptación al cambio climático supone, entre otra medidas, no construir en zonas inundables
Los estudios de World Weather Attribution (WWA) y Climate Central demuestran que estos eventos son ahora más intensos y probables debido al calentamiento global. El Mediterráneo se calienta más rápido que otras áreas y eso incrementa el riesgo de eventos extremos. «Van a ir a más, lo sabemos, y como se ha visto claramente, España no está preparada, como no lo estuvieron Grecia y Libia«, advierte Valladares. Además, la sequía agrava el problema, ya que los suelos áridos absorben peor la escorrentía, el agua de lluvia que discurre por un terreno.
Para Valladares, «estamos sufriendo las consecuencias de algunas limitaciones de nuestros cerebros para identificar los riesgos«. La sociedad al completo, sugiere el investigador, necesita ver «con luces largas lo que se nos viene encima» para prevenir muertes en el futuro. «Por mucha tecnología que tengamos, vamos a seguir sufriendo si no cambia el chip«, sentencia.
Mejorar la cultura de la prevención por parte de todas las partes implicadas, clave en la gestión de desastres
«En toda mi vida es la primera vez que veo algo así«, decía Dolores, vecina de Benetússer. Su relato refleja la incredulidad generalizada. Juanma, coordinador de la limpieza de una nave industrial inundada, también denunciaba la falta de acción preventiva: «Sabían que venía, pero no hicieron nada». La población no sabía cómo actuar.
Carmen Grau Vila, valenciana, experta en gestión de desastres e investigadora en la Universidad de Waseda (Japón), considera que la falta de una cultura de la prevención es un problema estructural. «No hay una noción del riesgo, esto tiene que servir para aprender de los errores«, señala y apunta a modelos como el japonés, que implementa una gestión integral del riesgo, activa no solo en tiempos de crisis. Allí, la cultura de la prevención es fundamental y cuenta con participación a todos los niveles: nacional, regional y local. Incluso, el sector privado se involucra en esta tarea.
En Japón, los Gobiernos locales cuentan con autonomía suficiente para actuar rápidamente y equipos formados para la prevención trabajan todo el año en la elaboración de mapas de riesgo y en la organización de entrenamientos, entre otras acciones. La población, incluidos los más pequeños, participa en simulacros habitualmente. Así, disminuye el pánico y se eleva la capacidad de respuesta durante un desastre real. Como explica Grau: «Cuando el cuerpo tiene información, actúa».
Los niños aprenden qué hacer en situaciones de riesgo. Llevan a la escuela su «cojín de emergencia», para protegerse frente al fuego o golpes en la cabeza y conocen los lugares seguros en sus propios barrios. De este modo, se aseguran de que, cuando crezcan, no cometan errores evitables: «No hace falta que se lo digan, ya lo tienen interiorizado».
En España, el modelo preventivo no es tan robusto y la coordinación entre niveles administrativos parece todavía una asignatura pendiente. El marco de Sendai para la reducción del riesgo de desastres, adoptado por países miembros de la ONU en 2015, ofrece un camino para fortalecer la cultura de la prevención en España. En plena etapa de recuperación tras las inundaciones, la Sociedad Española de Medicina Preventiva ha alertado de los riesgos sanitarios derivados del agua estancada y la falta de higiene.
Una respuesta política eficaz es el antídoto contra el populismo, la desinformación y los bulos
Casi dos semanas después de la tragedia y en pleno cruce de acusaciones, la respuesta política ha dejado un amargo sabor de boca en la población, tanto entre los afectados como entre el resto de ciudadanos que asisten atónitos al tira y afloja político. Se ha agudizado la percepción pública de que, en plena la catástrofe, la burocracia, el partidismo y la mala coordinación han obstaculizado una respuesta más ágil en un momento en el que cada minuto contaba. Un clima que ha contribuido, según los expertos, a la expansión de bulos y desinformación en torno a todos los ángulos de la tragedia.
La analista y asesora de lenguaje visual en política, Patrycia Centeno, apunta que el enfado generalizado de la sociedad se debe a «una comunicación de crisis nefasta«. Recuerda que la consellera valenciana de Innovación incluso tuvo que pedir disculpas por su falta de empatía con las víctimas.
En contraste, las redes han alabado la gestión comunicativa del ministro de Transportes, Óscar Puente. Centeno considera que puede servir de ejemplo a otros políticos. «Hablamos siempre de la empatía que han de tener los los líderes, pero es una emoción que cualquier mamífero puede practicar. A un líder se le pide la excelencia de la empatía, que es la serenidad», explica. Humildad, rigor y serenidad son, para la experta, las claves en la comunicación de Puente. Subraya la importancia de «entender su papel» y «transmitir sensación de control» a la ciudadanía.
Recuerda que «la comunicación de crisis no se improvisa, porque puede ser necesaria en cualquier momento». Enviar los mensajes adecuados a tiempo, explica, es fundamental también para combatir la desinformación. «Los líderes políticos deben entender el valor de la serenidad y la ternura, entendida como el cuidado de la población y no solo de ellos mismos», afirma tajante.
Mientras tanto, las imágenes de los voluntarios entre el barro han circulado en los medios tradicionales y en las redes sociales, acompañadas de un lema que se ha vuelto viral: «Solo el pueblo salva al pueblo». Es una frase habitual en la narrativa de la solidaridad de clase, pero, en este contexto, plantea riesgos que los expertos no han tardado en señalar.
Para Cristina Monge, socióloga y analista política, puede ser contraproducente: «Sobre una base de indignación y desesperación, los mensajes de ‘todos son iguales’ aumentan la desconfianza en lo público«. Uno de los riesgos es la incredulidad ante futuras alertas. Monge subraya que, cuando se contrapone la figura del «pueblo» a la de las instituciones, se alimenta una narrativa populista que polariza la relación entre ciudadanía y Estado.
Juan M. Zaragoza, experto en movimientos sociales, sugiere que la autoorganización ciudadana solidaria expone el descontento generalizado y la sensación latente de que las instituciones no cumplen con sus responsabilidades. Lamenta que los movimientos de extrema derecha «capitalicen la narrativa de que las instituciones han abandonado al pueblo».
Los sistemas de alerta efectivos son imprescindibles para reducir los riesgos innecesarios
«Nos hemos jugado el pellejo por vender cuatro menús». Es la queja de una valenciana que refleja la desprotección a la que se ven sometidos muchos trabajadores en caso de catástrofe. En teoría, la ley española de prevención de riesgos laborales ya contempla la protección de los trabajadores ante «riesgos graves e inminentes», sin embargo, no ha sido suficiente. Varios juristas consultados en los últimos días coinciden en que la legislación es sólida, pero señalan que podría actualizarse para anticiparse mejor a fenómenos extremos.
Los recientes destrozos que provocó el huracán Milton en la península de Florida sirven de referente. Es también un fenómeno meteorológico extremo, pero terminó con 16 fallecidos, muy lejos de los más de 200 que ha dejado esta DANA. Los monitoreos predijeron ambos con semanas de antelación. Sin embargo, la respuesta fue muy distinta.
Valladares destaca que, a largo plazo, se deben implementar políticas climáticas adecuadas. Insiste en la importancia de una correcta gestión de las cuencas, la modificación de la política urbanística y mayor coordinación entre Administraciones. «En España, las competencias de medioambiente están transferidas. Esto es ineficaz y requiere una planificación previa«, explica. En el más corto plazo, asegura que toda empresa y organismo público debería haber permitido a sus trabajadores quedarse en casa, tan pronto como la Agencia Española de Meteorología (Aemet) declaró el aviso rojo.
El portavoz de la Aemet, Rubén del Campo, subraya que, aunque MeteoAlerta permite coordinar avisos a nivel nacional, hace falta una revisión para asegurar que estos mensajes lleguen más rápidamente a la ciudadanía.
Karla Zambrano, investigadora de la Universidad de Valencia, critica que las alertas no se hayan comunicado con lenguaje claro y accesible. Considera que no basta con un aviso meteorológico rojo, sino que las personas necesitan comprender qué significa y qué deben hacer.