Para el Día Mundial de la Vida Silvestre 2025, se invita a la comunidad en general a trabajar unidos, para financiar la conservación de la vida silvestre, de forma más eficaz y sostenible. Con ello, se buscará construir un futuro resiliente, tanto para las personas como para la biodiversidad.
Animales y plantas silvestres, en los diversos ecosistemas están interrelacionados a la compleja red de la vida en la Tierra. De ellos depende la sostenibilidad de los ecosistemas, regular los procesos naturales y proporcionar los servicios esenciales que sustentan los medios de vida humanos.
Se busca al treparriscos, el pechiazul y el gorrión alpino
Son de difícil avistamiento, pero poseen información muy relevante. No hablamos de nombres en clave, infraestructuras secretas ni artilugios al estilo 007, sino de tres tipos de aves de alta montaña que pueden ejercer como importantes “medidores naturales” del avance del calentamiento global en estos ecosistemas.
“Son bioindicadores, es decir, en ellas se puede detectar de forma más temprana las consecuencias del cambio climático en los hábitats montañosos, ya que son muy vulnerables a las alteraciones de temperatura”, indica con motivo del Día Mundial de la Vida Silvestre 2025 celebrado este lunes, la científica del Instituto Mixto de Investigación en Biodiversidad, María Mar Delgado, que se encarga, precisamente, del estudio de una de estas aves, el gorrión alpino.
A pesar de su importancia, la búsqueda de estas especies es de “gran complejidad” debido al “difícil acceso a los picos” —por encima de los 1.500 m de altitud— y a “sus poblaciones en descenso”.
“Se necesita más financiación y recursos para su monitorización, ya que de algunas apenas hay datos para saber sus necesidades. Si no las cuidamos, se puede acabar con sus refugios climáticos”, cuenta, por su parte, Vicente García-Navas, investigador en la Estación Biológica de Doñana, que trabajó con estas ‘guardianas de las cumbres’ en las montañas suizas.
Ante la falta de un registro completo a nivel español —de momento, se estudian de manera aislada— la Sociedad Española Ornitología (SEO/BirdLife) ha comenzado desde hace unos años un censo, pero reconoce que aún “queda mucho trabajo por hacer”.
“Estas aves no son solo víctimas del cambio climático, sino de la transformación del uso del suelo con actividades agrarias o la expansión de pistas de esquí u otras estaciones de ocio. Hay que estudiarlas y protegerlas”, considera Jorge Orueta, biólogo y coordinador de especies de de la organización.
Suele estar en sitios poco accesibles
Antes de seguir, hay que “ponerles cara” a estas aves. Imaginémonos en una expedición de alta montaña: si ve un gorrión con un plumaje marrón, tonos más blancos de lo habitual y cabeza grisácea desafiando el frío, es posible que se trate de un gorrión alpino. En España, se le encuentra por encima de los 1.800 metros en el Pirineo central o en la parte oriental de la Cordillera Cantábrica. Fuera de nuestras fronteras, en los Alpes, los Cárpatos, el Cáucaso e incluso el Himalaya.
“Suele estar en sitios poco accesibles. Necesita paciencia, pero es importante porque se le considera una especie ‘paraguas’, es decir, lo que les pase a ellas, le puede pasar a todas las demás”, asegura Delgado, de camino a los Pirineos para seguir con su monitorización.
Hasta 2021, agrega la investigadora, esta especie se consideraba como de “poca preocupación”, pero ya ha pasado a “casi amenazada”.
Si, por el contrario, el ave detectada tiene una pechera de un característico color azul, puede que se trate de un ruiseñor pechiazul, propio en nuestro país del Sistema Central, la Cordillera Cantábrica y los Montes de León.
Además del cambio climático y actividades como el sobrepastoreo o la desecación de arroyos, hay una marcada falta de datos sobre esta especie.
“Estas aves son bastante poco conocidas y no podemos determinar exactamente cuál ha sido el grado de regresión de sus territorios. Muchas veces los avistamientos son fortuitos, porque un macho se ha subido a una mata o porque se escucha su particular canto”, indica Orueta.
Si durante el avistamiento, lo que le llama la atención es un destello rojo y gris, puede que sea uno de los afortunados de haber encontrado un treparriscos, una de las aves más misteriosas de Europa.
Además de su color, esta especie tiene un vuelo muy particular: pegado a las rocas y de carácter ondulado, por lo que, en ocasiones, se le compara con las mariposas.
Es un ave muy discreta, siempre se mueve pegada a la pared, por lo que se ven o, en muros altos, o incluso en recovecos encontrados por escaladores.
En nuestro país, su población es muy pequeña y está fragmentada en dos núcleos: el Pirineo central y la parte más oriental de la cordillera Cantábrica. Fuera de España, se las ha podido ver en otras regiones montañosas de Europa y Oriente Próximo.
Estas tres especies, recuerdan los expertos, son solo una muestra de la gran variedad que hay, ya que depende del sistema montañoso y la altitud. “Hay diversidad, por ahora», matiza García-Navas.
«En el caso de los Alpes, las comunidades son cada vez más similares desde un punto de vista funcional, es decir, se está perdiendo la diversidad de las aves ‘especializadas’ en zonas o dietas”, señala el investigador.
Censos, alpinismo y más financiación: qué se necesita para contarlas
Sobre cómo se localizan estas aves, Delgado explica que, aunque se necesitan “conocimientos de alpinismo” y un “buen equipamiento” para subir a las cumbres y enfrentar el frío, lo más importante es tener “mucha fuerza de voluntad” y “financiación”. Con estos pájaros, dice, “conseguir fondos es especialmente difícil”.
“Primero, porque la Administración suele darle más prioridad a especies que tienen más conflictos con los humanos o que son más conocidas; y segundo, porque al ser tan complicada su investigación es posible que acabes con poca información y que, a veces, los objetivos no se cumplan del todo”, apunta la científica
“Es la pescadilla que se muerde la cola. Son desconocidos porque no se les investiga, pero tampoco se les da la oportunidad”, coincide García-Navas, quien apuesta, asimismo, por “reforzar las políticas para la reducción de emisiones” y por una agricultura más equilibrada con el medio ambiente.
Ya se trabaja en el conteo de estas aves. “Consiste en ir a las zonas de hábitat adecuado y realizar unos transectos o itinerarios de una longitud determinada, en una parte representativa y con unas características homogéneas, y se anotan las especies que se ven en ellos, de manera que se puedan extrapolar a otras”, afirma.
Además, se defiende dotarles de más visibilidad, por lo que en su concurso anual de aves se propusieron las tres especies de alta montaña mencionadas, siendo elegido por el público en enero el treparriscos como el Ave del año 2025. “Se pretendía llamar la atención sobre un grupo de aves del que se sabe relativamente poco y sobre el que hay una amenaza común de transformación debido al cambio climático”, explica Orueta.
En este sentido, el coordinador defiende que, aunque estas investigaciones se hacen, generalmente, por profesionales, también les son de mucha ayuda los proyectos de ciencia ciudadana. A veces, asegura, son, precisamente, los “avistamientos esporádicos” los que les ponen “sobre la pista” de estas aves que considera “tan enigmáticas como reveladoras”.