Día de la Acción por el Clima 2025: ecofeministas contra la cosmovisión antropocéntrica y patriarcal

Día de la Acción por el Clima 2025: ecofeministas contra la cosmovisión antropocéntrica y patriarcal

 

El 15 de mayo es un día especial. Pero no sólo para los madrileños, que celebran San Isidro, sino para todo el planeta. Y es que esta fecha se conmemora el Día Mundial de la Acción por el Clima. Una fecha que va (o debería ir) mucho más allá de compartir una frase inspiradora o un comentario en las redes sociales, pues debe servir para reflexionar colectivamente sobre la salud de nuestro planeta y, más importante aún, para hacer algo al respecto.

El Día Mundial de la Acción por el Clima nace como un llamamiento global de las Naciones Unidas para poner en marcha cambios reales y urgentes que reduzcan nuestra huella de carbono y mitiguen los efectos del cambio climático.

Es una oportunidad para recordar que todos, desde gobiernos hasta ciudadanos de a pie, pasando por las empresas (especialmente las más contaminantes) tenemos un papel en esta lucha.

Ecofeministas contra la cosmovisión antropocéntrica y patricarcal

Día de la Acción por el Clima 2025: ecofeministas contra la cosmovisión antropocéntrica y patricarcal, el ecofeminismo, que entreteje ecologismo y feminismo, pretende ser uno de los ejes vertebradores del ecologismo social de nuestra sociedad.

Es una corriente de pensamiento y de activismo que analiza críticamente las creencias que apuntalan el modelo de vida ecocida, patriarcal, capitalista y colonial, que denuncia los riesgos a los que somete a las personas y al resto del mundo vivo y propone miradas alternativas para poder revertir esta guerra contra la vida.

El ecofeminismo es plural y se presenta de formas muy diversas, aunque tiene una serie de rasgos que les son comunes. Todos los ecofeminismos someten a revisión los mitos que provocan y mantienen la falsa fractura entre las sociedades humanas y la naturaleza y los cuerpos. Deconstruyen y reformulan conceptos como el de economía, producción, progreso, trabajo o individuo.

Tratan de revertir una cultura jerárquica, que considera que unas vidas valen más que otras, y que somete con violencia todo lo que pretenda poner límites a la maximización del beneficio.

Los ecofeminismos denuncian el hecho de que los ciclos vitales humanos y los límites ecológicos quedan fuera de las preocupaciones de la economía convencional, y proponen una mirada diferente sobre la realidad cotidiana y la política, dando valor a elementos, prácticas y sujetos que han sido designados por el pensamiento hegemónico como inferiores, que han sido históricamente invisibilizados.

Sus análisis y propuestas permiten situarnos y comprendernos mejor como especie, y proporcionan criterio para reconocer los riesgos que asumen las personas -y que extienden al resto del mundo vivo- al interpretar la realidad desde una perspectiva reduccionista que no comprende las totalidades, simplifica la complejidad y oculta la importancia material y simbólica de los vínculos y las relaciones para los seres humanos.

La mirada ecofeminista contribuye a desmantelar el artificio teórico occidental que separa humanidad de naturaleza y cuerpos, se centra en la inmanencia y vulnerabilidad de la vida humana y proporciona bases sólidas para construir sociedades seguras que sitúan la vida en el centro.

Día de la Acción por el Clima 2025

En un mundo que parece girar cada vez más rápido, hay quienes se detienen. Escuchan el zumbido de los insectos, el crujir de las ramas y, sobre todo, el «silencio de los cuerpos agotados».

No suelen protagonizar las portadas, pero sostienen, cuidan, siembran y resisten en sus territorios. Mujeres de todas las edades se encargan de dibujar otro relato, que no persigue el progreso, entendido como dominación de la tierra, sino el cuidado, la escucha y el reconocimiento de la interdependencia entre humanos y naturaleza.

El ecofeminismo entrelaza la lucha ecologista y la de la emancipación de las mujeres. «Los ecosistemas y los cuidados sostienen la vida, pero a ambos se les considera inferiores y se les trata mal», explica la filósofa Marta Tafalla.

Las bases del ecofeminismo

De la confluencia entre el feminismo y el ecologismo, emerge una crítica radical a un modelo de desarrollo que ha explotado tanto la tierra como los cuerpos de las mujeres. «A la Amazonia, que realiza muchas funciones ecológicas, la tratamos fatal. Como a las mujeres que cuidan en una residencia de ancianos», cuenta Tafalla.

La corriente ecofeminista señala que lo que mantiene la vida —la fotosíntesis, la polinización, el alimento, el cuidado, el acompañamiento— no es solo lo más necesario, sino también lo más despreciado por el sistema económico y cultural dominante.

Denuncia que la cosmovisión antropocéntrica y patriarcal ha situado al hombre occidental, adulto, sano y urbano en la cima de la pirámide, y ha marginado a todo lo demás: la naturaleza, las mujeres, las personas dependientes, los pueblos originarios.

La filósofa insiste en que a veces cuesta ver la conexión que vincula los distintos conflictos estructurales, pero «los primeros pensadores, como Aristóteles, cuando justificaron las opresiones, las justificaron todas a la vez«.

«Nosotras preferimos hablar de acuerparnos en lugar de empoderarnos«, dice Carmen Sánchez, activista ecofeminista en Extremadura, «porque el poder siempre lo han detentado otros. Nuestro cuerpo es lo que tenemos para defendernos y desde donde nos reconocemos«.

Desde esa corporeidad en conexión con el territorio, surgen otras formas de ver y de estar. Las propuestas ecofeministas cuestionan el mandato del crecimiento económico infinito en un planeta finito y abren la puerta a imaginar una buena vida más allá del consumismo y la acumulación.

«Muchas veces, cuando te hablan de decrecer, entra un miedo muy visceral», apunta Tafalla. «Sentimos que amenaza nuestra seguridad, pero podríamos pensar en otra vida donde trabajamos menos, tenemos menos cosas y disfrutamos de más tiempo», aclara.

Tierra, cuerpo y resistencia en Extremadura

El ecofeminismo brota en los márgenes. Lo sabe bien Carmen Sánchez, extremeña de voz firme, curtida por años de lucha en un territorio que conoce palmo a palmo, pero que se quiebra ante un paisaje que cambia demasiado rápido para quienes, como ella, lo han cuidado toda la vida.

«Surgimos a partir del covid, de la necesidad de juntarnos«, cuenta sobre el grupo agroecofeminista del que forma parte: «Nos aferramos a lo rural, que es el espacio que nos rodea».

Desde un territorio sistemáticamente olvidado, denuncia que la flora, la fauna y los suelos están amenazados «por una economía destructiva que bajo esa careta verde y en pos del progreso olvida las leyes de la vida, el respeto a la persona, las culturas y los territorios«. Habla desde la experiencia de haber visto cómo las mujeres sostenían generaciones enteras en el campo, sin recibir ningún reconocimiento.

La noticia de la planificación de más de dos centenares de minas a cielo abierto en Extremadura, junto a la instalación de grandes áreas de aerogeneradores y placas fotovoltaicas, pone en alerta a sus habitantes.

Reclaman que, aunque se presenten como energías limpias, estos macroproyectos están reñidos con la sostenibilidad, al no tener en cuenta el impacto sobre la biodiversidad y los vecinos.

Sánchez lamenta que su tierra se convierta en «un páramo árido y no apto para la vida«. Le entristece pensar que los «campos verdes en invierno y amarillos en verano» se vean sustituidos por «tierras negras durante todo el año«.

Una cartografía de otras formas de vivir

Esa otra forma de entender la vida está presente en los cientos de experiencias que Marta Pascual, de Ecologistas en Acción, ha recogido en el mapa Trenzando Cuidados. Su objetivo es recopilar prácticas ecofeministas repartidas por todo el Estado: cooperativas de consumo, redes de agroecología, proyectos de vivienda e iniciativas educativas o que promueven la movilidad sostenible.

«La diversidad es enorme y cada experiencia está enfocada en un aspecto distinto, pero todas tienen en común la consciencia sobre los límites del territorio y la vulnerabilidad de las personas», explica Pascual.

Ejemplo de ello es el colectivo Biela y Tierra, compuesto por mujeres que viajan en bicicleta para conocer experiencias locales respetuosas con el ecosistema y establecer redes entre ellas.

Pascual también destaca Garaldea Ecofeminista, una finca okupada en Madrid «que representa un espacio autónomo de vida y tiene muy presente el cuidado de las personas, en armonía con la tierra».

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También, desde el grupo de Feministas por el Clima tratan de impulsar la mirada ecofeminista en el movimiento en defensa de los derechos de las mujeres.

En la práctica ecofeminista no existen jerarquías, ni se persigue el beneficio económico. Lo que hay es la certeza de que sin tierra no hay vida y sin cuidados no hay comunidad. Defienden que las luchas no pueden ir por separado, porque las opresiones están entrelazadas. Pascual lo define como un proyecto ecologista, feminista, antirracista, anticapacitista, anticolonial e interseccional.

«Nos hemos dado cuenta de que los movimientos se necesitan unos a otros. Una lucha parcial nos deja en condiciones poco deseables«, añade. Considera que todos ellos deberían unirse frente a un «enemigo común» que es la «estrategia jerárquica y de violencia».

Ecofeministas ‘claman’ desde el sur global

Aunque el ecofeminismo ha echado raíces en muchos territorios, tiene una historia especialmente intensa en América Latina, donde se entrelaza el colonialismo, el patriarcado y la devastación ambiental. Lo explica la filósofa mexicana experta en pensamiento ecofeminista Aimé Tapia: «El concepto cuerpo-territorio es una de las principales aportaciones de los feminismos comunitarios y ecofeminismos latinoamericanos y afrodescendientes», como refleja el lema que sostiene que «el cuerpo de las mujeres no es territorio de conquista«.

El cuerpo y la tierra se entiende como espacios vivos históricamente violentados por una misma lógica de dominio. El extractivismo no solo acaba con los ecosistemas, sino que se vincula con el tráfico de mujeres y niñas racializadas. «Las mujeres campesionas o indígenas del sur global están en primera línea de la devastación y también de la lucha. Son tanto víctimas como protagonistas«, remarca.

Uno de los debates recurrentes en el movimiento ecofeminista gira en torno al riesgo del esencialismo, si se transmite la idea de que las mujeres están ligadas a la tierra y el cuidado por razones biológicas. Es una preocupación que atraviesa ciertos sectores del feminismo, que ven en esta narrativa una posible vuelta a los roles tradicionales.

La filósofa hispanoargentina, autora de Ecofeminismo para otro mundo posible y Claves ecofeministas, Alicia Puleo reconoce que, en ocasiones, son temores fundados. Asegura que «no se trata de ignorar ni despreciar el valor del cuidado, sino de universalizarlo«.

Así lo han expresado también las feministas comunitarias latinoamericanas, que advierten que no están dispuestas a cargar solas con las consecuencias de una catástrofe socioecológica, que no han provocado. «No quieren que se las encasille en defensoras de la naturaleza«, apunta Tapia.

También se ha producido un debate interno sobre la expresión «Madre Tierra». Desde perspectivas constructivistas, prefieren hablar de «casa común», para evitar una feminización que refuerce estereotipos.

Al mismo tiempo, defienden el respeto a las culturas que veneran a la Pachamama. «Lo que sí me molesta son las imágenes que presentan a mujeres con un vientre con aspecto de la Tierra o mujeres que son árboles sin cabeza», explica Puleo.

En América Latina, añade Tapia, muchas voces han señalado cómo la Tierra, al ser nombrada como madre, ha sido feminizada y reducida a la función reproductiva para justificar su explotación, del mismo modo que sucede con las mujeres.

Imaginar otro mundo contra el miedo

El mayor obstáculo es cultural. «Más que el capitalismo, es el antropocentrismo», advierte Marta Tafalla. Ese modo de pensar, que sitúa al ser humano por encima de todo lo demás y concibe la naturaleza como un recurso inerte, ha impregnado la comunicación, el discurso político e incluso buena parte de la ciencia. «Nos cuesta mucho desmontarlo porque es la cosmovisión dominante, pero recordemos que podríamos tener otra», asegura.

Ese giro de perspectiva no es sencillo. «Los cambios culturales suelen ser muy lentos«, reconoce Tafalla, que alerta de que «el ecologismo tiene muchos problemas para proponer alternativas que sean atractivas«.

Un error frecuente, dice, es idealizar el pasado: «Decir que deberíamos volver a vivir como nuestros abuelos no tiene sentido. La población ahora es mucho mayor. Hay que imaginar formas nuevas de vivir, rupturistas, donde quizá tengamos que renunciar a cosas, pero también ganaremos otras. Podemos vivir mejor». Explicarlo bien es, para ella, la clave.

Sin embargo, incluso dentro del movimiento ecologista, cuesta comunicar la urgencia. «Hay miedo a contar la gravedad de la situación y también una desconexión enorme de la mayoría de las personas con la naturaleza«, dice Tafalla.

Recuerda que la crisis ecológica no afecta solo a especies lejanas en la selva. Si la población no se da cuenta de cómo impacta en su vida es porque «no reconocemos ni los árboles de nuestra calle ni los pájaros que cantan cerca, pero dependemos de ellos para respirar«, sostiene.

Carmen Sánchez lo vive con dolor desde Extremadura. «Las interconexiones con la vida se están rompiendo a una velocidad inaudita. No hay un atisbo de cordura y tenemos los ojos llenos de cataratas tan espesas que no logramos verlo».

Ecofeminismo: otra mirada para cuidar la vida

Ambas coinciden en que la solución pasa por incidir en la educación. Según Sánchez, el sistema actual imprime una «mirada patriarcal que habla de competencia, en lugar de colaboración».

Los adolescentes lo tienen especialmente complicado, explica, porque el modelo tiende a la individualización, al transmitir la idea de que desde una pantalla en casa es posible hacer todo lo necesario: relacionarse, comprar o incluso recibir atención médica. «Vivimos sin mirar por la ventana hacia lo que nos mantiene«, lamenta.

La clase política, señala Tafalla, no concreta qué medidas se tomarán para afrontar la crisis ecológica. Algunas soluciones, como decidir qué se produce, electrificar algunos sectores y renunciar a lo superfluo, «no empeorarían nuestras vidas».plena

La filósofa propone viajar menos en coche y practicar más senderismo, pero es consciente de que «nadie quiere entrar en este camino porque nadie hace negocio con ello y los gobiernos piensan en el crecimiento económico».

Lo único que, a su juicio, podría funcionar es lograr que la población comprenda cómo funcionan los ecosistemas y conectarlo con que, en el modelo actual, muchas personas no pueden ser felices.

Esa doble toma de conciencia es, para las ecofeministas, la base de una transición ecológica justa. Desde sus territorios, se enfrentan al reto de construir un relato creíble, colectivo e inspirador sobre cómo vivir mejor, desde la certeza de que otro camino es posible si las voces se unen.

Ecofeminismo en plena construcción

El ecofeminismo no nació de la fusión entre feminismo y ecología, sino como una confluencia. En los años sesenta, comenzaron a aflorar las primeras conexiones, impulsadas por la creciente preocupación social por el cambio climático, los riesgos para la salud y el trato a los animales.

Mientras en Francia, donde surgió la corriente, figuras como Simone Beauvoir miraban con recelo esta alianza, el mundo anglosajón sí lo acogió con más entusiasmo.

Alicia Puleo, coordinadora del curso Ecofeminismo: Pensamiento, Cultura y Praxis señala que el punto común entre todas las corrientes ecofeministas es la «crítica a la idea de que la naturaleza puede explotarse sin límites, del mismo modo que las mujeres son cosificadas«.

A partir de esta base compartida, han surgido muchas ramas. Algunas corrientes son más esencialistas y proponen un vínculo estrecho entre mujeres y naturaleza. Otras cuestionan esta asociación.

Ciertos ecofeminismos priorizan la protección de los ecosistemas en su conjunto, mientras otros ponen el foco en los animales como seres sintientes. Y frente a quienes ensalzan la maternidad como símbolo de vida, hay quienes advierten de que esa exaltación puede reforzar los roles tradicionales. En su conjunto, Puleo recuerda que el ecofeminismo es «un movimiento en desarrollo».

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