De la granja a la Dana: la industria de ‘origen animal’ nos lleva al ‘colapso’ climático

De la granja a la Dana: la industria de ‘origen animal’ nos lleva al ‘colapso’ climático

 

El consumo exacerbado de carne y otros derivados animales procedentes de la ganadería industrial es una de las cuestiones alimentarias más importantes de nuestros tiempos. Su consumo en los países desarrollados ha alcanzado niveles totalmente insostenibles, y lo peor es que se considera normal, natural, necesario y agradable. España es el primer país europeo y el quinto mundial que más carne consume por persona al año.

La ganadería es responsable de la emisión del 14,5% de los Gases de Efecto Invernadero (GEI), tanto como todos los coches, trenes, barcos y aviones juntos. Entre los gases emitidos se encuentran el CO2, pero especialmente el metano y el óxido nitroso, dos gases de efecto invernadero mucho más potentes que el CO2.

Estos gases provienen de las emisiones directas, pero también de las indirectas derivadas de un modelo de agricultura dependiente del petróleo y de los plaguicidas y fertilizantes químicos que sustentan a la ganadería industrial. No podemos frenar el calentamiento global si no cambiamos el modo de producir y consumir carne y otros derivados animales.

DANA exacerbada como efecto del cambio climático

La industria alimentaria de origen animal es la principal causa de la crisis ecológica y climática, al destruir los océanos y bosques que regulan el clima terrestre y emitir más GEI que el transporte mundial, y el urbanismo descontrolado aumenta los efectos de las inundaciones: transición a dietas vegetales y decrecimiento profundo como medidas urgentes y silenciadas ante el previsto aumento exponencial de catástrofes climáticas.

El 29 de octubre de 2024 será recordado como el día en el que varias comarcas valencianas vieron anochecer bajo el agua que anegó calles y campos como consecuencia de una DANA (Depresión Aislada en Niveles Altos) que arrojó precipitaciones de enorme intensidad: más de 400 l/m2 en Chiva y superando los 600l/mm2 en Turís. Precisamente, es en la localidad de Chiva donde se encuentra el barranco del mismo nombre, que, alimentado por barrancadas procedentes de otras localidades, acaba desembocando en el lago de la Albufera, siendo esta un área paradigmática de los despropósitos urbanísticos y destructivos que aniquilan la naturaleza.

A pesar de que toda la zona está rigurosamente cartografiada como inundable, no ha habido el menor inconveniente en construir desaforadamente tanto alrededor de barrancos y avenidas como en el propio entorno de la Albufera, constriñendo el ecosistema lacustre.

Según un análisis de DATADISTA, tres de cada diez viviendas afectadas por esta DANA fueron edificadas durante el pelotazo urbanístico y en zona inundable, a lo que hay que sumar la proliferación de polígonos industriales y de centros comerciales; este urbanismo desenfrenado ha proliferado con fines especulativos en la costa española desde hace décadas asociada al turismo masivo y la corrupción sistémica, modificando cauces, ocupando zonas inundables, extrayendo materias para construcción y erosionando los suelos. actividades que dificultan que el agua drene y le confieren aún mayor velocidad, incrementando su fuerza.

Degradación y colmatación de los suelos

El hecho de formar parte de la Red Natura 2000 y de la Red de Humedales Ramsar, que integra las zonas húmedas más importantes del mundo, no ha sido óbice para que el lago haya sido objeto de un proceso de degradación causado por la implantación de infraestructuras urbanas, la colmatación para crear y mantener campos de arroz, los vertidos contaminantes y la pesca; lo que demuestra la hipocresía e inutilidad de las figuras de protección de los ecosistemas.

En este estado, la Albufera fue incapaz de asimilar las aguas embravecidas que llegaban desde las barrancadas, siendo este uno de los factores clave del desbordamiento brutal de todos los cauces, afectando, a su paso, a todas las localidades de la zona de influencia.

La comunidad científica lleva años alertando de que eventos como la DANA que ha asolado Valencia y otras partes del territorio español serán cada vez más fuertes y frecuentes debido al cambio climático. Esta DANA, que se ha descrito como mayor catástrofe de la historia del país, es solo el comienzo anunciado de lo que está por venir en los próximos años. ¿Cuántas DANAs como esta o peores han de suceder hasta que los gobiernos activen la emergencia climática? Y sobre todo, ¿Qué es lo que realmente habría que hacer en dicha emergencia, para evitar el aumento exponencial de estas catástrofes, y que no figura en absoluto en la agenda de los gobiernos?

Metano y óxidos nitrosos derivados de la ganadería

Los problemas de fondo son complejos y rara vez se mencionan. Por un lado, estas DANAs, tradicionalmente conocidas como gota fría, son típicas del clima mediterráneo, pero su virulencia inusitada es efecto de un calentamiento del océano que se multiplica debido a los Gases de Efecto Invernadero (GEI) emitidos por actividades humanas, donde destacan, no solo el dióxido de carbono procedente de la quema de combustibles fósiles, sino también el metano y los óxidos nitrosos derivados de la ganadería, que emite por sí sola más GEI que el transporte mundial y con la industria cárnica, especialmente la proveniente de ganadería extensiva, teniendo 4 veces más impactos que la aviación.

Del mismo modo, en tierra se deforestan masivamente los trópicos y todo tipo de bosques, sobre todo para crear pastos de ganado, con el mismo doble efecto de emitir GEI por el cambio de uso de suelo y de eliminar sumideros de carbono y resiliencia de los ecosistemas, que mantienen la funciones vitales del sistema tierra y sus ciclos, según se detalla en el paradigma de los «Limites Planetarios». Mientras tanto, la acuicultura impacta devastadoramente en ecosistemas costeros cruciales para la regulación del clima, y la ganadería y agricultura son la fuente de 700 zonas muertas en los océanos por vertidos de nitratos y purines.

Replantear la sociedad de consumo

Todo ello ha de llevar a un replanteamiento profundo de la civilización y los modos de vida dominantes. La respuesta a la DANA, para frenar en lo posible su proliferación exponencial, habría de ser, en este orden:

  1. La transición a dietas vegetales que permitan una restauración efectiva de la naturaleza, la biodiversidad y los ciclos de agua y nutrientes, de modo que bosques y océanos puedan regular el clima planetario, integrando la perspectiva antiespecista, habitualmente denostada y excluida, en el epicentro del debate ecosocial.
  2. El decrecimiento radical de consumos en todos los órdenes de la vida como único modo de frenar los combustibles fósiles, hacia modos de vida desindustrializados y más cercanos a los de numerosas comunidades indígenas de la Tierra.
  3. El replanteamiento profundo de nuestro modo ubicuo y destructivo de habitar y ocupar la Tierra, con un freno a la urbanización, especialmente de la tan castigada costa, así como iniciando un debate sobre el tabú de la superpoblación, que urge abordar desde perspectivas radicalmente democráticas, ecofeministas, queer y antirracistas.

Sin estas medidas, solo podemos prepararnos para una multiplicación exponencial de estos eventos, así como de sequías extremas e incendios, olas de calor letales, subida extrema del nivel del mar y mucho más, asumiendo un escenario de posible extinción en este siglo por el delirio de una economía suicida y genocida de crecimiento ilimitado.

Pero todo esto se silencia, no solo desde gobiernos de todo signo político, sino incluso desde los propios movimientos climáticos y ecologistas, debido al peso del lobby ganadero-pesquero en todos ellos, como venimos denunciando desde Rebeldes Indignadas en relación con Rebelión Científica España, y al especismo recalcitrante que permea la casi totalidad de colectivos ecosociales. Hacemos frente a ello, una llamada a la acción.

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