De las ocho ciudades con metro, solo Barcelona, Granada, Madrid y Palma tienen una normativa más flexible. «Bilbao se ha quedado muy rezagado respecto al resto de ciudades europeas», comenta un afectado.
Si bien que un animal de compañía viaje en el transporte público es un hecho que sorprende cada vez menos, no todas las ciudades cuentan con una normativa tan flexible que permita el acceso a animales.
De las ocho ciudades españolas que tienen metro, solo Barcelona, Granada, Madrid y Palma permiten entrar con el perro atado y con bozal junto al viajero.
Al Metro de Bilbao únicamente pueden entrar perros pequeños en brazos o transportín con un peso inferior a 8 kilos. Málaga y Valencia solo admiten a pequeños en transportín, y Sevilla prohíbe directamente viajar con animales.
Casos de éxito: Madrid, Barcelona, Palma o Granada
El acceso de los perros en los transportes públicos españoles ha sido una evolución gradual a lo largo de las últimas décadas. Durante años, los perros fueron considerados como una «molestia» en el transporte público, estando el acceso totalmente prohibido en todas las ciudades, salvo a los perros de asistencia o guía.
«La percepción sobre ellos ha cambiado porque ahora se ven más como miembros de la familia«, explica una representante de la Asociación Nacional Animales con Derecho y Libertad (ANADEL).
El punto de inflexión se dio a partir del 2014, cuando Barcelona dio el primer paso, permitiendo que los perros viajaran en sus instalaciones bajo ciertas condiciones, como el uso de bozal y el cumplimiento de horarios específicos.
«Al igual que Madrid, son ciudades donde el movimiento animalista hizo presión para que fuera posible, ya que a nivel europeo se estaba dando y normalizando», afirma Alfredo Colomera, de la Asociación Animalista LIBERA.
Colomera rememora el primer viaje que hizo estando recién aprobada la medida. «Lo curioso es que la gente se lo tomó con total normalidad e incluso se encontraba simpatía. La ciudadanía siempre va por delante de las decisiones políticas«.
Madrid fue la siguiente en unirse al movimiento en 2016 y el año pasado lo hizo Granada y Palma, implementando políticas más inclusivas.
En general, los reglamentos se centran en aspectos como el tamaño del animal, los horarios de acceso, y la necesidad de que estén controlados en todo momento (con correa, bozal y en algunos casos, dentro de transportines).
En el caso de la capital, no especifica limitaciones al peso y los requisitos son que «estén atados y controlados por el dueño», provistos de un bozal e identificados con un chip.
Asimismo, no pueden viajar en días laborables de 7:00 a 9.30, de 14.00 a 16.00 y de 18.00 a 20.00 h. En Barcelona, la normativa es igual, pero con dos restricciones horarias: de 7.00 a 9.30 y de 17.00 a 19.00 .
El Metro de Palma permite perros en el último vagón con correa y bozal o en transportín, aunque se prohíben hembras en celo y razas peligrosas.
En el caso de Granada, permite canes con bozal y correa corta, con restricciones horarias, y no pueden usar escaleras mecánicas ni ocupar asiento.
La lucha de los ‘usuarios’ por conseguir un acceso total en Bilbao
El caso de Bilbao se hizo conocido hace unos meses, ya que se negaba a cambiar la normativa. Tras varios intentos fallidos de diálogo, David Fernández, un vecino afectado, decidió movilizarse y lanzó una campaña en Change.org.
«Bilbao se ha quedado muy rezagado respecto al resto de ciudades europeas que sí admiten perros con correa”, explica Fernández se ve forzado a usar el coche cada vez que quiere visitar a sus padres con Ámbar.
«Es un trastorno, no solo por lo económico, sino también por el impacto que tiene usar el coche cuando deberíamos estar fomentando el transporte público«.
Gracias al apoyo de más de 14.000 firmas, entre varias iniciativas, lograron reunirse con los responsables del Metro de Bilbao, gestionado por el Consorcio de Transportes de Vizcaya.
«Nos dijeron que lo iban a analizar y responder en poco tiempo». David cuestiona los argumentos ofrecidos: «Dicen que hay aglomeraciones o que el metro es peculiar, pero no se sostiene». Cita el caso de Madrid, donde los perros pueden viajar en metro desde hace una década.
«Madrid tiene muchos más viajeros, del orden de seis, siete veces más que Bilbao por día. Y la capital, curiosamente, cuando cambió la legislación, hizo un estudio para ver la influencia y vio que no había ninguna”.
En Bilbao, la población canina supera a la infantil, con más de 40.000 perros. Por lo que, tanto para David como para Isabel, la situación en un «sinsentido», que va incluso en contra del modelo pet friendly que quiere promover la ciudad.
«Nos empuja a contaminar más solo por ir acompañados de nuestro perro», señala Isabel, quien subraya que su vida sería más fácil si cambiasen la normativa.
Valencia: ‘querer es poder’
Limitada en sus viajes y en su día a día se siente también Yolanda López. El paso de la dana en Valencia dejó casi 120.000 vehículos afectados, uno de ellos fue el suyo.
Antes de las inundaciones, Yolanda pasaba al menos dos fines de semana al mes con su madre y con Ares. «Ahora por las limitaciones no lo hago tan a menudo, ya que dependo de que alguien me pueda recoger».
Para ir a casa de su madre primero tiene que tomar el metro desde Paiporta, donde reside, a Valencia, y de ahí hasta Silla, en Cercanías —que sí permite el acceso a perros de todos los tamaños—.
El Metrovalencia, gestionado por Ferrocarriles de la Generalitat Valenciana (FGV), solo admite perros pequeños en transportín. «Me lo llevaba también de rutas, a hacer senderismo, al río, a la playa… Ahora que es mayor [Ares], quiero que disfrute todo lo posible«, señala. Antes de las inundaciones, ambos solían ir a Valencia a disfrutar de la ciudad, dar algún paseo y tomar algo en alguna terraza.
«Ahora es imposible, y con la imagen desoladora que se ha quedado del pueblo [Paiporta], da bastante pena pasear por aquí».
«Nos ha limitado todo», asegura esta valenciana, que también destaca cómo fue imposible marcharse durante las recientes Fallas. «Ares tiene miedo a los petardos y yo sufro fonofobia — miedo a los sonidos fuertes y normalmente repentinos—.
No quería pasar todo el mes encerrada en casa y no tuve más remedio que hacerlo», relata. Hace unos meses, Yolanda puso en marcha una recogida de firmas. «Al principio tuvo acogida, gracias también al proyecto Pipper on tour, pero ha pasado el tiempo y cuesta un poco más motivar a la gente».
Yolanda afirma que todavía hay muchas zonas afectadas por la dana y en Paiporta continúan las obras del metro, que espera abrir la línea al completo a principios de verano. «Imagino que querer viajar con perro no es lo prioritario, aunque no pierdo la esperanza de seguir sumando apoyo y que sea una realidad», añade.
Sevilla, un caso ‘único’
Sevilla es la única ciudad de España donde aún sigue prohibido viajar con perros en el metro, y la capital andaluza mantiene su negativa. El Reglamento de Regulación del Servicio del Metro de Sevilla solo permite la entrada a perros guía o de asistencia.
«La aceptación social de un hecho tiene sus altibajos y tras un periodo de aprobación de lo que fue una novedosa medida, ahora se está produciendo una fase restrictiva. Al menos políticamente hablando, Bilbao y Sevilla son un ejemplo», apunta Alfredo Colomera.
«Me complica la vida familiar». Anjana Martínez vive en Mairena del Aljarafe, lo que la obliga a usar el transporte privado o dejar a su perro Bruno en casa cada vez que quiere viajar al centro.
En 2023, esta valenciana lanzó una recogida de firmas para permitir el acceso de perros al metro, inspirada por su experiencia en Barcelona. «Acababa de mudarme de allí, donde disfrutaba de las ventajas de poder moverme con mi perro».
La campaña recibió casi 400 firmas, pero no la respuesta institucional que esperaba, ni la repercusión por parte de los medios de comunicación locales.
En 2020, el Ayuntamiento aprobó una Ordenanza que permite a los propietarios de animales de compañía acceder a los transportes públicos sevillanos siempre que existieran «espacios habilitados».
Pero han pasado cuatro años y el cambio en el reglamento aún no se ha dado. «Se limita a sugerir o aconsejar, pero no implica ninguna obligación», reconoce Anjana. Considera que debería haber sido una normativa obligatoria con incentivos para su cumplimiento.
Anjana cree que «admitir a los animales en el transporte público tiene beneficios para las familias con perros, ya que mejora su movilidad». También destaca que con medidas como restringir el acceso en horas punta o en ciertos vagones, no se alteraría la convivencia con otros usuarios, y el uso del metro «contribuiría a descongestionar las ciudades y reducir la contaminación».
En una situación más flexible se encuentran las otras dos ciudades, Málaga y Granada, que cuentan con metro propio. En ambas, la Junta de Andalucía establece medidas bastante parecidas, aunque con una serie de requisitos.
El peso de los animales no puede exceder los 10 kilogramos y deben de ir en un transportín o receptáculo.
Aplicación vaga de la Ley de Bienestar Animal
El problema radica en la aplicación vaga de la Ley de Bienestar Animal, especialmente en relación con el acceso de animales de compañía al transporte público. En su artículo 29 dice: «Los transportes públicos y privados facilitarán la entrada de animales de compañía que no constituyan un riesgo para las personas, otros animales y las cosas, sin perjuicio de lo dispuesto en la normativa sobre salud pública, en las ordenanzas municipales o normativa específica».
Esta redacción «deja la decisión en manos de los municipios y las empresas de transporte», como señala la representante de ANADEL.
Este enfoque podría llevar a consecuencias no deseadas, como advierte Alberto Colomera, quien sugiere que el aumento de restricciones podría resultar en un mayor abandono de animales, particularmente durante las vacaciones.
«Muchos pueden sentir que fue un error adoptar, ya que les restringes sus planes o su vida drásticamente. Les obligas a tener que elegir muchas veces», lo que genera un dilema ético y social. Ambos señalan que «no hay justificación» para las prohibiciones absolutas de perros de más de 8 kg, especialmente «si se ejerce una tenencia responsable».
«El avance social es lento, se ve en políticas que eviten la discriminación entre personas. En materia animal, ese avance es aún menor», destaca Colomera, que asegura que las restricciones influyen también en la calidad de vida de los propios perros, algunos de ellos ya mayores.
«Lo que quiero es que se reconozca que también tienen derechos, porque, al final, son parte de nuestra familia», defiende Isabel. Esta bilbaína, así como el resto de entrevistados, asegura que Lua se ha convertido en un pilar fundamental en su vida.