El oso de anteojos es un mamífero de gran tamaño, con un cuerpo imponente, patas grandes y una cola pequeña. Su cara es más bien redondeada y posee un hocico bastante corto y ancho. Su pelaje es generalmente de color negro a marrón oscuro y posee una mancha en la cara de color beige rojizo, que a veces tiene forma de gafas, de ahí su nombre.
Feroz, solitario, territorial y bastante activo durante la noche, es un animal presente en el folclore amerindio donde se le conoce de varias formas, entre ellas: Yanapuma, el ‘jaguar negro’. Sus poblaciones silvestres ampliamente dispersas están gravemente amenazadas.
Otra especie amenazada en Sudamérica
El oso andino (Tremarctos ornatus) es la única especie de oso que habita América del Sur. Es fácil reconocerlo por las marcas de café claro en el pelaje alrededor de sus ojos, razón por la cual también se le conoce como “oso de anteojos”. Su hábitat recorre los países de Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia y, hasta hace muy poco, se comprobó que podía llegar hasta el noroeste de Argentina.
Es una especie carismática y muy relevante para los ecosistemas que habita —pues es un gran dispersor de semillas muy importantes para la conservación de los árboles en los bosques—, pero también está muy amenazada. Los cambios en el uso de su territorio que fragmentan su hábitat y las persecuciones y cacería en manos de campesinos y ganaderos que lo señalan por destruir sus cultivos y atacar a sus animales son algunos de los motivos que lo han puesto en esta situación.
Sin embargo, han sido los campesinos y los ganaderos en países como Perú, Ecuador y Colombia quienes han demostrado que otra relación con el oso sí es posible. Son varios los esfuerzos promovidos desde las comunidades, apoyadas por organizaciones y gobiernos, que están trabajando por limar las asperezas con la especie y establecer una relación amistosa y de coexistencia con las personas.
Cada 21 de febrero se conmemora el Día Internacional para la Protección de los Osos del Mundo, una fecha que busca llamar la atención sobre la importancia de proteger a estas especies.
Te presentamos cuatro iniciativas que, a través de la adaptación y el mejoramiento de los cultivos y zonas de ganadería, están posicionando al café, el maíz y el fruto del aguaymanto como ejemplos de productos amigables con los osos andinos y que están logrando cambios importantes para las comunidades y el medio ambiente.
Perú: Parque Nacional del Manu
Diez años atrás, era impensable que los campesinos y el oso andino pudieran sostener una relación cordial. En 2014, en la zona de amortiguamiento del Parque Nacional del Manu, en Perú, las quejas por la depredación de cultivos de maíz y ataques al ganado eran constantes, hasta que los campesinos llegaron al límite y tomaron una medida extrema.
“Los pobladores tenían secuestrado a un osezno de apenas unos meses”, narra Óscar Mujica, biólogo de la Sociedad Zoológica de Fráncfort (SZF). “Ellos mismos llamaron a Sernanp [Servicio de Áreas Naturales Protegidas por el Estado] y reclamaron que, si no recibían una compensación por los daños que los osos causaban en la zona, iban a matar al osezno”, afirma el especialista.
La SZF fue a la zona a negociar y rescató a la cría. A partir de allí, fueron dos años continuos de investigación para conocer los verdaderos impactos del oso andino sobre los cultivos. La sorpresa fue que solo entre el 20 % y el 25 % de los daños podían atribuirse a esa especie y que más del 70 % correspondía a loros, roedores, cerdos y otros animales.
“A raíz de eso, iniciamos algunos pilotos para diversificar las actividades económicas de la comunidad y pensamos en cultivos y productos que ayudaran. Eran varios, pero el aguaymanto era el único que el oso no consumía”, dice Mujica. Aunque no todos apostaban por el trabajo de un nuevo cultivo, ese fruto pequeño, amarillo y de sabor agridulce fue la clave.
El oso andino no da dinero
A partir de 2016, después de una campaña de capacitaciones, equipamiento e implementación del proyecto, el aguaymanto empezó a posicionarse entre los campesinos y se demostró que este cultivo, comparado con el maíz, tiene un mejor rendimiento por hectárea. Es decir, el aguaymanto se produce en un periodo de nueve meses, mientras que el maíz, en ocho. Sin embargo, el rendimiento por hectárea en el caso del primer fruto es de 11 600 kilos, mientras que el segundo rinde 1700 kilos en el mismo espacio. El precio por kilo del aguaymanto es de 3.50 soles por kilo y el maíz 2.50 por kilo.
“Entonces, el aguaymanto produce unos 40 600 soles por hectárea, contra el maíz con 4250 soles. Este modelo se fue replicando con otros campesinos y dijeron: ‘Uy, el aguaymanto es una alternativa importante’”, sostiene el biólogo.
No todo fue perfecto. Las sequías intensas, las heladas e incluso la pandemia del COVID-19 impactaron la producción de aguaymanto en años recientes. Por ello, uno de los retos ha sido cerrar la cadena de valor. En las actividades agrícolas —dice el especialista—, se puede tener un producto de excelente calidad, pero si no se cuenta con un comprador, se corta el beneficio para las comunidades.
“Fue interesante porque justo a inicios de la pandemia, cuando ya existía este crecimiento de las fortalezas productivas del aguaymanto, se hizo contacto con una empresa a través del Sernanp: Grupo AJE, de Kola Real, que tiene una línea de productos que apoyan la conservación”, explica Mujica.
Entre 2020 y 2021, se firmó un acuerdo comercial tripartito entre la empresa, la Asociación de Productores de Aguaymanto y el Sernanp, con el objetivo de extraer la pulpa de aguaymanto para producir jugos naturales que ahora se venden a nivel nacional. A finales de 2024, también se logró un primer acuerdo con una empresa chocolatera Alemana que compró 300 kilos de aguaymanto deshidratado para mezclarlo con un chocolate y venderlo en aquel país. Además, los productores están por obtener el licenciamiento de la marca sostenible Manu Reserva de Biosfera, cuyo símbolo es el oso andino.
“Hemos entendido que vivimos cerca del parque y que los osos van a estar permanentemente con nosotros”, dice Nicomedes Ojeda, productor del distrito de Challabamba y presidente de la Asociación de Productores de Aguaymanto. Ojeda afirma que, con la producción del fruto, no sólo mejoró la convivencia con la especie, sino que mejoró la calidad de vida de la comunidad y aumentó los ingresos con los que sostienen a sus familias y con los que pueden enviar a sus hijos a estudiar.
Simbiosis entre campesinos y los osos
“Hemos tomado conciencia de que al trabajar el aguaymanto ya no tendremos ese conflicto con los osos. Aún trabajamos el maíz, pero en zonas cercanas a nuestras casas donde no viene el oso”, agrega el campesino. “Hemos entendido que, al cuidar de él, pudimos firmar convenios de conservación del medio ambiente y tener acceso a los mercados, que es uno de los factores que realmente nos está ayudando bastante.”
El biólogo Óscar Mujica afirma que hace más de 10 años la percepción del poblador local hacia la especie era un 90 % negativa. El oso siempre fue considerado perjudicial. Pero ahora, tras los años de trabajo y un nuevo estudio para medir el impacto entre las comunidades, los resultados son muy distintos.
“El 70 % tiene una percepción muy positiva, positiva o neutral del oso andino”, afirma Mujica. “El cambio es muy importante y no solamente se traduce en la percepción, sino también en la participación de los pobladores en actividades sostenibles gracias a la oportunidad que ofreció el oso andino”, agrega. “Por ejemplo, con asociaciones productoras de miel y asociaciones de artesanas. Ahora los mensajes de la población local son muy bonitos porque consideran al oso como una especie muy importante”, explicó.
Ecuador: saquillos de maíz y los osos
Mientras trabajaba en un proyecto de investigación del oso andino en la región de San Jorge —comunidad en la provincia de Tungurahua, Ecuador—, el biólogo Armando Castellanosconoció de cerca la problemática de los productores de choclo, como se le conoce al maíz en el valle de Leito. De sus cerca de 2000 hectáreas de cultivos, unas 1200 están pegadas a los bosques y otras 300 están dentro de ellos. Esa cercanía al sitio donde habitan los osos —principalmente, provenientes del Parque Nacional Llanganates, pues están en su zona de influencia— fue un foco rojo de interacciones negativas.
“Desde antes de la pandemia, estuve capturando osos andinos para ponerles collares y estudiar su comportamiento. Así recibí muchas quejas respecto a que los osos atacaban los maizales y la gente que tiene cultivos casi dentro del bosque había recorrido a todas las autoridades cantonales, provinciales y del ambiente sin respuestas positivas”, describe el biólogo.
Basado en su experiencia como presidente de la Fundación Oso Andino, Castellanos buscó una solución inspirada en dos casos similares en las provincias de Imbabura y Napo, con el objetivo de apoyar a los campesinos a sobreponerse a sus pérdidas económicas. “Inicialmente, con donaciones pequeñas, nosotros devolvíamos a la gente perjudicada el valor de lo que el oso se había comido. Por cosas de la vida, yo veía los saquillos o fundas de embalaje de los choclos y se me juntaron dos palabras: ChoclOso”.
Así nació una campaña de compensación bajo ese nombre. “Como no siempre hay donadores que puedan aportar dinero, pensé que podía salir de tantos cultivadores de maíz que necesitan saquillos: ¿por qué no los vendemos y que el poco dinero reunido sea para los más afectados?”, explica el biólogo. En 2023, iniciaron con la venta de 10 000 saquillos impresos con una simpática caricatura del oso andino. “En el mercado, cada saquillo cuesta 25 centavos y nosotros los vendíamos a 23 centavos, pero a nosotros nos costaban 20 centavos cada uno. Entonces teníamos una ganancia de 3 centavos”, describe Castellanos.
Así, por 10 000 saquillos vendidos, ganaban 300 dólares que se podían donar a los campesinos afectados. Para 2024, la campaña tuvo tal éxito —pues el maíz empacado en los saquillos con la simpática caricatura del oso andino llegó a cada rincón del Ecuador—, que la propia compañía fabricante de los saquillos les dijo que no había necesidad de comprarlos, sino que les entregaría 100 000 unidades a consignación a los campesinos y a la Fundación.
“Ha sido tan espectacular que ya hace un mes se nos acabaron todos los saquillos y todavía nos quedan dos meses más de cosecha”, celebra el biólogo. “Estamos muy felices porque la campaña viene trabajando muy bien, hemos llegado incluso a gente que no tiene acceso a internet y que ahora relaciona al choclo con el oso, porque los saquillos tienen toda esa información”.
Los campesinos afectados tienen una buena relación con la Fundación, dice Castellanos, pues “saben que les creemos, los compensamos y les ayudamos”, afirma el biólogo. Sin embargo, reconoce que el trabajo todavía es minúsculo, pues hasta ahora están atendiendo al 10 % de las 2000 hectáreas de cultivos. Aún así, la percepción de las personas hacia los osos ha cambiado radicalmente. A raíz de la campaña ChoclOso, por ejemplo, se ideó la Feria del Choclo, que no existía. Este evento reúne a la comunidad para celebrar la relación del maíz, el oso, el bosque y la gente.
“Es tremendamente fácil ver a los osos en San Jorge y la gente sabe que nosotros los cuidamos, por eso tampoco los molestan”, concluye Castellanos. “La gente que transporta o vende choclo en otras zonas de Ecuador, me han dicho que la gente se entusiasma viendo la caricatura del oso y lo piden así: ‘¡Deme el choclo del osito!’”.
Colombia: café con osos
El café Guardianes del Oso Andino, cultivado por comunidades cafeteras del norte del Valle del Cauca, en la Cordillera Occidental, se ha convertido en el primero en Colombia y Sudamérica en recibir la certificación Andean Bear Friendly, un reconocimiento a su producción sostenible y en armonía con el hábitat de esta emblemática especie.
Todo comenzó a finales de 2016. La alianza Conservamos la Vida —integrada por organizaciones públicas y privadas para la conservación de poblaciones de oso en cinco grandes áreas priorizadas de Colombia— comenzó a trabajar con los campesinos del municipio de El Águila, para liberar áreas en sus fincas anteriormente usadas para cultivar café, pero que poseían nacederos de agua y bosques naturales importantes para el oso andino.
“En contraprestación y, en un proceso de concertación voluntaria por la liberación de estas áreas de conservación, se implementaron acciones de mejoramiento productivo dentro de la producción cafetera”, explica Iván Mauricio Vela Vargas, biólogo especialista en oso andino que coordinó la alianza y acompañó el proceso de certificación desde WCS Colombia, en colaboración con Parques Nacionales Naturales de Colombia, la Fundación Grupo Argos, Fundación Smurfit Kappa Colombia y la Corporación Autónoma Regional del Valle del Cauca.
Con ello, se mejoró la infraestructura cafetera, se aplicaron prácticas sostenibles y planes de fertilización con insumos orgánicos para aumentar la producción de café en las áreas usadas tradicionalmente por los productores, sin incrementarlas. Esto ha permitido que cerca de 470 hectáreas en esta localidad en el norte del Valle del Cauca sean protegidas para acciones de conservación exclusivas, celebra el biólogo.
“Los cafeteros vieron que tenían un producto de alta calidad, con una historia de conservación detrás que era efectiva y real, que se podía verificar a través de datos y evaluaciones que realizamos dentro del programa de Conservamos la Vida. En 2022, los productores cafeteros decidieron asociarse y generar su propia empresa: Productos de Exportación Guardianes del Oso Andino”, detalla Vela.
Lo que empezó con una primera venta de 700 kilos de café en 2019, se convirtió en siete toneladas para 2024. Esta iniciativa no sólo aseguró la protección de la especie en esa zona, sino que también ofreció una oportunidad para que los productores cafeteros que cumplan con sus estándares accedan a mejores ingresos y mercados más sostenibles.
“Los campesinos vieron que, gracias a este café, están ayudando a conservar al oso, que ahora camina dentro de esas áreas de conservación sin ningún problema, sin dañar los cultivos y sin generar ningún tipo de interacción negativa con los productores. Por eso decidieron seguir produciendo este café”, concluye Vela.
Áreas de transito para el oso
Un proyecto similar a este ocurre en la región Cordillera Oriental, en la región andina de Colombia. En las inmediaciones del Parque Nacional Natural Chingaza, los ganaderos —acostumbrados a las interacciones negativas con los osos— han apostado por la conservación: durante los últimos 30 años, comenzaron voluntariamente a dejar libres las partes altas de sus predios para la conservación y para que el oso andino pueda transitar sin afectar al ganado.
Ellos convirtieron sus áreas gradualmente, sin esperar una retribución económica. Sin embargo, a partir de 2020, el parque comenzó a formalizar acuerdos con los ganaderos. Tal es el caso de Choachí, uno de los seis municipios con los que el parque trabaja. A la fecha, de las 280 hectáreas totales que componen el acuerdo de conservación con los ganaderos, ya se logró convertir en áreas de conservación un total de 218 hectáreas —correspondientes al 80 % del área acordada—, mientras que el resto han pasado por un proceso de restauración pasiva y de mejoramiento de sistemas productivos para optimizar espacios, recursos y ganancias.
“Si la comunidad tiene una iniciativa y la está haciendo durante muchos años, es natural recibir algo a cambio. Es una contraprestación por ese servicio tan importante. Ellos sacrifican realmente una parte de su economía para apostar por la conservación. Durante muchos años no habían recibido nada y a través de los acuerdos de conservación se ha permitido mejorar sus sistemas productivos”, explica Juan Camilo Bonilla, especialista en oso andino en el Parque Nacional Natural Chingaza. Cada acuerdo se construyó individualmente, dice Bonilla. Se visitó a los ganaderos y se realizó un estudio minucioso de los predios para conocer las necesidades de cada familia y cada propietario de los terrenos.
“Si bien la actividad productiva en general puede ser similar, el crecimiento de cada propietario va de acuerdo con su visión. El decreto no es decir que deben cambiar de actividad de un día para otro, porque sería un error total. Por ello, al permitir que se sigan haciendo las actividades, pero con mayor certificación y producción en menor área, con menores esfuerzos y con una mayor retribución en temas económicos, se va a permitir el bienestar en la comunidad”, dice el especialista.
Por ende, la percepción de la gente cambia frente a la presencia de las especies como el oso, dice Bonilla. “Es una manera en la que se puede coexistir y que siempre haya un ganar-ganar de las dos partes”, agrega. Óscar Raigozoes guardaparque en Chingaza y es integrante de la comunidad de Choachí. Él sostiene que, si bien, al interior del área protegida del parque se tiene un alto grado de conservación de la biodiversidad, la labor voluntaria y las iniciativas que han nacido en las comunidades en conservar la zona colindante han sido claves para lograr ese resultado.
“Recuperar esa relación de las comunidades locales con las entidades —específicamente con el Parque Chingaza—, ha sido importante porque, en su momento, cuando se crearon las áreas protegidas, se causaron molestias y situaciones de inconformidad por las áreas que eran terrenos privados de las comunidades”, explica el guardaparque. “Con los acuerdos hemos logrado algo muy importante, que es generar confianza. Afortunadamente, con lo que hemos venido haciendo, la gente ve de otra manera al oso andino, como un amigo”. Astrid Arellano – Mongabay